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27 Octubre 2003

Geriatría

Fracturas en el adulto mayor, un problema universal

Prevenir las fracturas en la vejez es una prioridad, particularmente porque las predicciones nos señalan que en unos 20 años, por lo menos un cuarto de los habitantes europeos alcanzará los 65 años de edad. La prevención de las fracturas óseas en pacientes de avanzada edad pasa por reducir el número de caídas, minimizar la morbididad asociada a ellas (osteoporosis) y maximizar la fortaleza del sistema óseo con una terapia farmacológica adecuada.

Las fracturas en las personas mayores son un capítulo importante dentro de la salud pública, especialmente cuando su incidencia aumenta con la edad y la representación de la población mayor crece exponencialmente. Evidencias sobre las correctas intervenciones para prevenir fracturas existen ampliamente en la literatura, pero éstas, muchas veces no se aplican. Hoy, los desafíos pasan por identificar los riesgos más importantes y asegurar un tratamiento adecuadamente rentable (costo-efectivo). La gente mayor debe ser educada para mejorar su salud ósea y reducir el riesgo de lesión o trauma, pero estas medidas no deben de restringirse sólo a este grupo etáreo, pues la prevención debe de ser una constante durante toda de la vida.

Las fracturas en los adultos ocurren principalmente debido a la fragilidad esquelética. Las fracturas de tipo apendicular se producen generalmente por una caída, explicando así, el 90% de fracturas de cadera, aumentando el riesgo con la edad. Cerca de un tercio de la gente de 65 o más años, sufre por lo menos una fractura al año, pero sólo el 1% de esas caídas en las mujeres dan lugar a fractura de cadera. La gravedad del trauma depende del impacto y de la solidez del hueso y éste se relaciona con su contenido mineral (determinado por densitometría ósea), por tanto el riesgo de fractura aumenta proporcionalmente con la disminución de la densidad mineral ósea. Por consiguiente, las estrategias para prevenir la fragmentación en una población adulta mayor deben corresponder a dar una mayor resistencia máxima ósea, reducir la ocurrencia de las mismas caídas y minimizar el trauma asociado a ellas. Una mujer de 70 años, comparada a una mujer joven, tiene un riesgo cinco veces mayor de sufrir una fractura de cadera y tres veces más, de padecer cualquier otro tipo de fractura en el resto de su vida.

Médicos del “Institute of Health and Social Care” de Suecia, realizaron una extensa revisión clínica de la relación vejez y fracturas, la cual fue publicada en la revista médica British Medical Journal (BMJ) a mediados de julio del 2003. Ellos resumen y concluyen que la prevención de fracturas debería incluir la reducción del número de caídas, la moderación del trauma asociado a ellas y la maximización de la fortaleza del hueso a toda edad. Además, el tratamiento farmacológico tendría que ser lo más eficaz y rentable, apuntando a los pacientes que presenten un riesgo más alto. Fracturas previas, antecedentes familiares y densidad mineral baja son factores de riesgo para una futura lesión ósea, por tanto, personas con elevada amenaza pueden ser fácilmente identificadas.

Por último, respecto al tratamiento, los Drs. A. Wolf y K. Akesson, apuntan hacia los agentes farmacológicos, los cuales deberían ser capaces de evitar, como función principal, la caída del volumen óseo al disminuir la resorción del hueso, fomentando también un aumento secundario de su masa, o por efecto anabólico directo. A la vez, estos tendrían que mejorar preferiblemente la fuerza y calidad del hueso. En general, sobre la eficacia terapéutica de estas drogas, varios ensayos controlados-aleatorios demuestran una disminución de las fracturas en el plazo de uno a tres años.

Los principios activos que actúan específicamente en el tejido, disminuyendo la resorción, son los bisfosfonatos (destacando el alendronato), la calcitonina, los moduladores selectivos del receptor del estrógeno y el estrógeno como tal. El calcio y la vitamina D combinados, también tienen una acción anti-resortiva y finalmente, la hormona paratiroides se ha descrito como el primer agente osteogénico.

Fuente bibliográfica

BMJ 2003; 327(7406): 89-95

Ciencia y Medicina

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