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12 Abril 2004

Salud pública

La lactancia materna no se relaciona con una menor presión arterial en el adulto

Los estudios que han sugerido que la lactancia materna en la infancia pueda proteger contra una futura presión arterial alta han sido muy reducidos en participantes, posibilitando ciertos sesgos o tendencias a dichos resultados, no obstante, el amamantamiento se apoya sobre una mezcla de ventajas a corto y a largo plazo.

En adultos la presión arterial tiene una fuerte influencia para el riesgo de enfermedad cardiaca y eventos coronarios. Se ha postulado que los factores que operan tempranamente en vida (útero, infancia y niñez), podrían influenciar el desarrollo de la presión arterial en el adulto y que la nutrición logra programar la presión arterial subsecuentemente. La influencia de la lactancia en la presión suele ser de interés, debido a las diferencias de composición tanto de la leche materna como de la leche de formulación, particularmente respecto al sodio y a los ácidos grasos. Hasta los años 80 el contenido de sodio de la leche materna en países occidentales era mucho más bajo que el de la leche comercial, la baja ingesta de sodio durante la infancia se ha relacionado con niveles menores de presión arterial a corto, mediano y largo plazo. Por otra parte, los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga están presentes en la leche materna pero no en la leche formulada, éstos juegan una importante función en el endotelio vascular y cuando están dados como suplemento alimenticio, parecen reducir la presión en adultos y niños. Pequeños estudios de observación, además, sugieren que el amamantamiento puede estar relacionado con tensión arterial baja en la niñez, conclusiones similares fueron registradas en estudios de seguimiento de infantes durante su lactancia, aunque no todos divulgaron esta asociación.

Christopher Owen y colaboradores, realizaron una revisión sistemática de la literatura para examinar si existían diferencias en la presión arterial de los adultos que inicialmente habían sido criados con lactancia materna o con leche artificial durante su infancia. Las fuentes de datos consultadas fueron Embase, Medline y Web, seleccionando aquellos estudios que demostraban efectos futuros de la alimentación infantil en la presión arterial a diversas edades.

La diferencia promedio de la presión arterial sistólica fue de -1.10 mmHg (IC del 95%, de -1.79 a -0.42 mmHg) pero con una significativa heterogeneidad entre las estimaciones (P < 0.001). La diferencia fue considerable en estudios con menos de 300 participantes (-2.05 mmHg, -3.30 a -0.80 milímetro hectogramo) y en estudios de 300 a 1.000 participantes (1.13 mmHg, -2.53 a 0.27 mmHg); y bastante más pequeña en investigaciones con más de 1.000 participantes (-0.16 mmHg, 0.60 a 0.28 mmHg). Las diferencias de presión arterial no se alteraron con el ajuste para el tamaño y fue independiente de la edad y el año de nacimiento. La presión arterial diastólica no se relacionó de forma significativa con el tipo de alimentación durante la infancia.

Los autores concluyen que la selección de pequeños estudios con resultados positivos pudo haber exagerado las opiniones de que la lactancia en la infancia reduciría la presión arterial sistólica en un periodo más avanzado de la vida. Los resultados de investigaciones con mayor tamaño muestral sugieren que la alimentación infantil, en la mayoría de las veces, tendría un modesto efecto en la presión arterial, lo cual detentaría limitada importancia en salud clínica o pública. Sin embargo, la presión arterial no es el único resultado relevante; la acción de amamantar se reclina sobre una combinación de ventajas a corto y a largo plazo, incluyendo el desarrollo neuronal y psicosocial, una potencial protección contra la obesidad y enfermedades alérgicas, y finalmente, a favor de niveles más bajos de colesterol en la sangre durante la edad adulta.

Fuente bibliográfica

BMJ 2003; 327(7425):1189-95

Ciencia y Medicina

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