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30 Septiembre 2019

Del ayuno a la cetosis positiva

Contrario a lo que se esperaba, se ha demostrado que restringir el consumo de alimentos intermitentemente, es decir, de 16 a 24 horas, afecta el metabolismo del cuerpo de forma saludable.

Hace cientos de miles de años, los seres humanos comían una sola vez al día. Muy probablemente por la tarde, si la fortuna los había acompañado en la larga y extenuante jornada de recolección y caza. 

Durante mucho tiempo, aun después de la adopción de la agricultura y el establecimiento de las primeras civilizaciones, siguieron con este régimen, gracias a que la evolución integró un sistema de autodefensa en caso de escasez: la cetosis, un estado metabólico que permite al cerebro y al resto de los órganos usar cuerpos cetónicos –derivados de la descomposición de la grasa– como su fuente de energía primaria, en lugar de la glucosa.

Los romanos creían que era más saludable ingerir solamente una comida, alrededor de la media mañana, “estaban obsesionados con la digestión y consideraban que comer varias veces en una jornada era una forma de glotonería. Esta manera de pensar influyó en cómo la gente se nutrió por siglos”, explica Caroline Yeldham, historiadora especializada en alimentación de la Universidad de Durham en Reino Unido.

El hábito de consumir víveres tres veces al día fue resultado de la Revolución Industrial. El trabajo en la fábrica era arduo, de manera que una sola ración diaria era incapaz de sostener la productividad de los trabajadores. 

El desayuno comenzó a marcar la pauta de la subsistencia cotidiana y el Comité Asesor para las Guías Alimentarias (Dietary Guidelines Advisory Committee, DGAC) de Estados Unidos lo definió en 2005 como “la primera comida del día que rompe el ayuno tras el período más prolongado de sueño y es consumido entre las dos a tres horas después de despertarse; está formado por alimentos o bebidas de cualquier grupo y puede consumirse en cualquier lugar”. 

Las sociedades científicas alrededor del mundo fomentaron su práctica y lo recomendaron como la fuente calórica principal y como una herramienta indispensable y necesaria para potenciar el correcto funcionamiento del organismo para evitar enfermedades relacionadas con la nutrición, como la obesidad y las alteraciones metabólicas que de ella se derivan.

Pero, la evidencia científica está generando un poco de controversia al postular que una buena forma de mantener la salud y perder peso, es volviendo a los orígenes, es decir, a una sola comida, ojalá por la noche, para así obtener todas las calorías necesarias de una vez, optando siempre por cereales integrales, frutas con piel, verduras y hortalizas y grasas saludables de origen vegetal.

El bioquímico italiano Valter Longo, gerontólogo, profesor de ciencias básicas y director del Instituto de Longevidad de la Universidad del Sur de California, estudió por más de 25 años a las poblaciones más longevas del mundo, descubriendo que la genética y la alimentación de calidad nutricional son los dos grandes secretos para alcanzar una buena salud.

Junto a un grupo de investigadores demostró que el ayuno intermitente –es decir, períodos de 16 a 24 horas sin consumo de alimentos– afecta el metabolismo del cuerpo, pero de forma opuesta a lo que se esperaría.

“Los seres humanos en las sociedades modernas suelen comer al menos tres veces al día, mientras que los animales de laboratorio lo hacen ad libitum. Hacerlo cinco o seis veces a lo largo de la jornada, pero en pocas cantidades, es una costumbre norteamericana instaurada hace 40 años, que solo ha servido para llevar a este país a padecer la mayor epidemia de obesidad de la historia”, aclara el especialista. 

En el laboratorio observó el comportamiento de ratones frente al ayuno y constató que realizar esta práctica restrictiva de dos a cinco días al mes redujo la grasa visceral abdominal; elevó el número de células madre en varios órganos, promoviendo así la regeneración multisistémica y prolongando la longevidad; y redujo los biomarcadores de cáncer, diabetes y enfermedad cardiaca (DOI: 10.1016/j.cmet.2015.05.012). 

Este trabajo lo extendió a seres humanos y condujo un ensayo clínico piloto randomizado con 19 individuos que se adhirieron a la dieta que imitaba el ayuno periódico y los compararon con 18 controles que siguieron consumiendo su dieta normal.

En los participantes que recibieron la intervención notaron también una disminución similar de factores de riesgo en patologías relacionadas con la edad, incluyendo diabetes, enfermedad cardiovascular y cerebrovascular, cánceres y trastornos neurológicos como alzhéimer y de párkinson, en comparación con los del grupo control.

“Ayunar obliga al cuerpo a utilizar grasa en lugar de glucosa como combustible. Durante este proceso, la grasa se convierte en cuerpos cetónicos, una fuente limpia de energía que se quema más eficientemente que la glucosa”. 

Los beneficios de la cetosis y el ayuno intermitente van mucho más allá de la pérdida de grasa o la mejora en los niveles de energía. Además, “notamos cómo regula ascendentemente la autofagia y mitofagia; cambia el estado inactivo de las células madre a uno de autorrenovación; incrementa la eficiencia energética mitocondrial y biosíntesis; disminuye la inflamación; mejora los niveles circulantes de glucosa y lípidos; optimiza la eficiencia metabólica y composición corporal; e incrementa la hormona del crecimiento, lo cual puede promover la vitalidad y el desarrollo muscular”.

Longo recomienda practicar ayunos intermitentes o realizar una dieta que imite el ayuno periódico cada tres o seis meses en personas sin problemas de salud y en el caso de pacientes obesos la frecuencia debería ser una vez cada ocho semanas. 

Hoy, no existen motivos que indiquen que recurrir a la flexibilidad metabólica en pacientes sanos a la hora de usar los ácidos grasos como sustrato energético resulte una práctica insegura o peligrosa, más aun, sabiendo que se trata de un estado que el ser humano adaptó evolutivamente al no contar con otros alimentos –como carbohidratos y azúcares– en su dieta. 

Por Carolina Faraldo Portus

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