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23 Marzo 2020

Cuando escribir se suma al proceso terapéutico

Dar salida creativa a las emociones a través de la escritura expresiva ha demostrado que quienes realizan esta práctica de forma continua reducen el nivel de estrés y mejoran su salud física y mental.

La Real Academia Española define el escribir como la acción de “representar las palabras o ideas con letras u otros signos trazados en papel u otra superficie”, es decir, entregar un concepto que involucra un proceso mecánico, el cual requiere cierta destreza psicomotriz y que habla mucho de quien lo está realizando.

Para llevar a cabo este ejercicio se ven implicadas, por un lado, la parte artística, irracional y emocional de la creatividad humana, y por el otro, la más lógica, racional y estructurada del lenguaje. Es decir, se ponen en funcionamiento los dos hemisferios cerebrales, que interrelacionados ayudan a la regulación del sistema límbico y el equilibrio emocional.

Al hacerlo, el ser humano interpreta, hace muchos siglos, la obra literaria como una manera de liberarse de todo dolor excesivo, buscando el desahogo y la paz. Fue Aristóteles el que tomó del lenguaje médico el término catarsis, que inicialmente se refería al proceso de purificación por el cual el cuerpo elimina elementos nocivos. Él lo introdujo en las artes, para trasladar su significado a la necesidad del alma de expulsar todo lo que resulta dañino contener. De este modo, las disciplinas artísticas, según él, permiten que la psique se libere aquello que le desborda: pasiones, fuerzas desenfrenadas o emociones intensas.

Durante la última década, la comunidad médica ha comenzado a analizar con cautela cómo se puede recurrir a las artes para curar estados emocionales; aumentar la comprensión de uno mismo y de los demás; desarrollar una capacidad de autorreflexión; reducir síntomas de enfermedad; y alterar los comportamientos y patrones de pensamiento. 

“Cuando las personas escriben sobre lo que hay en sus corazones y mentes, se sienten mejor y se vuelven más saludables. Y no es solo que están sacando problemas de sus cofres. Escribir proporciona un medio gratificante de explorar y expresar sentimientos. Te permite tener sentido de ti mismo y del mundo que estás experimentando y una comprensión más profunda de cómo piensas y sientes”, destaca el internista Jeremy Nobel, académico de la Facultad de Salud Pública de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard y reconocido líder en el campo de las humanidades médicas, que propició una base para la investigación continua sobre este tema (American Journal of Public Health 100, no. 2 (February 1, 2010): pp. 254-263).

Ese autoconocimiento, a su juicio, proporciona “una conexión más fuerte con uno mismo, la que a menudo te permite superar las emociones negativas y acceder a las positivas, fomentando un sentido de conexión con otros además de uno mismo”. 

Una revision demostró que, en relación con participantes de grupos de control, las personas que han escrito sobre sus propias experiencias traumáticas de forma continua exhiben mejoras estadísticamente significativas en diversas medidas de salud física, reducciones en la visita médica y en un mejor funcionamiento del sistema inmunológico (DOI: 10.1186 / s12904-019-0449-y).

Por ejemplo, en psicología este recurso no aparece hasta el nacimiento del psicoanálisis, que vio en el hecho de escribir una función reparadora de separarse de la angustia insoportable, invitando al paciente a relatar su vida desde la infancia para sacar a la luz aquellas vivencias que se quedaron en el subconsciente o a usar la escritura automática, para hacer fluir las ideas sin el dominio de la razón.

Desde entonces, esta herramienta tiene un lugar cada vez más importante en las terapias actuales que, incluso a veces, están centradas en alguna de sus manifestaciones, como la terapia narrativa del psicólogo Michael White (J Med Humanit. 2018 Dec;39(4):553-563) o las técnicas de escritura autobiográfica de la logoterapia (Clin Ter. 2014;165(4):e330-5), modalidad de psicoterapia que está basada en la búsqueda de un sentido a la existencia, a pesar de las circunstancias.

Su creador, el psiquiatra austriaco Viktor Frankl, se benefició de la escritura dentro de los campos de concentración. Según sus palabras, la idea de escribir pequeños papelitos que mantenía ocultos para luego plasmarlos en un libro era algo que “lo mantenía vivo”. 

Frankl se encargó de dejar una idea clara en sus discípulos: “tenemos que guiar al paciente a imaginar su propia vida como una novela en la que él es el protagonista y de él depende el desarrollo de los sucesos y la determinación de lo que va a suceder en los capítulos siguientes. Tenemos que apelar a su persona, a su actividad, invitándolo a imaginar la posibilidad de llegar a un punto extremo y de estar escribiendo su propia biografía. Esto le permitirá actuar con un mayor sentido de responsabilidad, porque la mente construye, deconstruye y reconstruye el sentido de ese cuento, que es la existencia”.

La escritura expresiva parece no solo ser útil a nivel psicológico, sino también físico. El doctor James W. Pennebaker, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Austin en Texas, se convirtió en un pionero en el estudio del uso de la escritura expresiva como una ruta para la curación. Desde la década de los 80 se ha centrado en el poder curativo de la escritura, no solo a nivel emocional sino también corporal. 

Aunque su paradigma generalmente ha producido resultados positivos, ninguna perspectiva teórica única explica adecuadamente cómo o por qué. Según él, esta situación puede atribuirse al hecho de que “la escritura expresiva ocurre en múltiples niveles: cognitivo, emocional, social y biológico, lo que hace improbable una sola teoría explicativa” (Perspect Psychol Sci. 2018 Mar;13(2):226-229).

“Contener pensamientos, sentimientos o comportamientos vinculados con traumas emocionales, provoca estrés; deshacerse de ellos debe, en teoría, reducirlo. Esta liberación favorece que los ritmos cardiacos sean más bajos y que se mejore la actividad de buena parte de los leucocitos, por lo que el cuerpo, gracias a la mejora del sistema inmunitario, será capaz de hacer frente a las infecciones con más efectividad o hacer más llevaderos los síntomas de las enfermedades que podemos sufrir”.

Esto no significa que la escritura sea capaz de curar enfermedades, pero sí podría mejorar el ánimo de una persona, la ansiedad y sus consecuencias físicas para que se sienta más capacitada para escuchar los mensajes de su cuerpo, reforzando su cuidado y salud.

No sería descabellado entonces pensar que, en el futuro, prescribir una terapia poética o narrativa se podría sumar al tratamiento en pacientes de riesgo para así prevenir futuras enfermedades o para mejorar los síntomas de algunos trastornos relacionados con el estrés o la ansiedad, ya que al organizar y sintetizar las ideas es posible ver los problemas bajo otra óptica y encontrar una respuesta a las emociones que estos provocan.

Por Carolina Faraldo Portus

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