El flanco débil de la depresión infantil
Académicos de la Universidad de Binghamton abrieron una novedosa línea de investigación que sugiere un nexo entre el riesgo de sufrir la enfermedad y los grados de dilatación de la pupila.
Durante los últimos años, la prevalencia de la depresión a nivel infantil ha crecido exponencialmente en distintas latitudes del mundo. De hecho, expertos en salud infanto-adolescente aseguran que un 5% de menores de edad, o bien uno de cada 20 niños y adolescentes, manifestará un episodio depresivo antes de cumplir los 19 años, un cuadro que cruza los límites de lo aceptable o esperable durante el proceso de pubertad y maduración cuando la sintomatología persiste e interfiere con el desenvolvimiento y desarrollo normal del individuo.
La situación genera alarma en organismos como la Organización Mundial de la Salud, OMS, puesto que esta alteración del equilibrio y estabilidad mental puede derivar en determinaciones drásticas como el suicidio, cuyos registros, considerando tanto la consecución del acto como los intentos frustrados, también se han elevado de forma considerable, obligando a la gran mayoría de los países del planeta a implementar diferentes estrategias para detener y contrarrestar el avance de esta peligrosa patología.
A nivel latinoamericano, Chile, según estimaciones de su propio Ministerio de Salud, ocupa el primer puesto en la tasa de suicidio infanto-juvenil, estadística que lógicamente ha motivado que la Sociedad Chilena de Pediatría y especialistas en psiquiatría infantil subrayen de forma permanente la importancia de restringir factores conducentes o detonantes de estas acciones, como el acceso al alcohol y drogas. En paralelo, son muchas las naciones que durante las últimas décadas han fortalecido su posición frente a episodios que vulneran abiertamente los derechos de niños y adolescentes, como la violencia intrafamiliar y el trabajo infantil ilegal.
Según estudios epidemiológicos realizados por la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción, un 38,3% de la población chilena, entre 4 y 18 años de edad, presenta algún tipo de trastorno psiquiátrico. De ese total, sólo un 37,8 por ciento recibe un tratamiento médico adecuado, lo que abre las puertas a una serie de dificultades en el desarrollo del adolescente, alterando su maduración, evolución normal del aprendizaje e interacción familiar y social, aspectos que pueden verse reflejados en la adultez.
En este complejo escenario, la prevención y la detección temprana de cualquier indicio que pueda llevar a un menor de edad a padecer depresión adquiere un rol fundamental. Es precisamente en este ámbito donde la ciencia ha dado a conocer una noticia que, si bien por ahora no es concluyente, sí es alentadora en la batalla que libra la medicina en contra de la depresión infantil, patología que gracias al trabajo de un grupo de investigadores estadounidenses ha dejado ver su, hasta hace muy poco, escondido talón de Aquiles.
Un estudio publicado por el Journal of Abnormal Psychology aseguró que un simple examen de la vista, que determine el grado de dilatación de las pupilas, es capaz de predecir un mayor riesgo de sufrir la enfermedad.
“Los niños que muestran relativamente una mayor dilatación de la pupila en un rostro triste experimentaron trayectorias elevadas de síntomas depresivos en todo el seguimiento de nuestra investigación, así como un menor tiempo de inicio de la depresión”, comenta Brandon Gibb, académico de la Universidad de Binghamton (Nueva York) y líder del grupo de profesionales que llevó a cabo el estudio. Los investigadores afirmaron que estos resultados pueden ser el precedente de un diagnóstico de bajo costo para las personas que tienen una predisposición a este trastorno.
El trabajo, que se basó en un estudio publicado en 2014 por el Journal of Child Psychology, utilizó una metodología consistente en formular una serie de preguntas a un grupo de niños, para luego analizar la variedad de sus rostros y compararlos con el grado de dilatación de las pupilas que registró cada uno de ellos. Posteriormente, los participantes, cuyas madres tenían un historial documentado de trastorno depresivo, fueron entrevistados acerca de su estado mental. El ejercicio se repitió cada seis meses durante los siguientes dos años. Junto con determinar los signos de depresión en los niños, los exámenes periódicos permitieron definir el tiempo de desarrollo de la enfermedad.
“Los resultados sugieren que la reactividad fisiológica a los estímulos tristes, evaluados utilizando pupilometría, sirve como un biomarcador potencial de riesgo de depresión entre los niños de madres deprimidas. Curiosamente, no se presentó esta relación cuando los niños mostraron caras felices o enojadas”, afirman los autores del estudio.
La investigación que encabeza Gibb, quien también dirige en Binghamton el Instituto de Trastornos del Humor y el Centro para la Ciencia Afectiva, descubrió un patrón más amplio de la dilatación del ojo entre los hijos de madres con antecedentes de trastorno depresivo mayor, en presencia de un rostro triste. Un efecto similar se observó en los niños que tenían madres ansiosas, pero en respuesta a factores como el enojo y las expresiones del rostro.
Por de pronto, se requieren más investigaciones para definir si el grado de dilatación de los ojos de un niño puede ser relacionado de manera totalmente confiable a su riesgo de depresión. Sin embargo, los autores tienen la esperanza de conseguir la evidencia científica que confirme este vínculo y así implementar aplicaciones clínicas prácticas, de bajo costo y simple ejecución. “Creemos que esta línea de investigación podría conducir a pruebas de detección universales en las oficinas de los pediatras para evaluar el riesgo de depresión futura en los niños”, coinciden.
