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05 Abril 2021

Infodemia y su mejor antídoto

La medicina basada en evidencia se ha consolidado como una herramienta prioritaria para contrarrestar información que pueda comprometer el control de la salud frente a amenazas como el SARS-CoV-2.

Uno de los retos emergentes en la gestión de la pandemia por SARS-CoV-2 es evitar la difusión de información errónea y falsa. Para la OMS no es un asunto menor y emitió una declaración que califica esta práctica como enemigo de la salud pública, asegurando que puede perjudicar física y mentalmente a las personas, incrementar la estigmatización y dificultar el cumplimiento de las medidas de prevención y control, reduciendo su eficacia y arriesgando la capacidad de los países de frenar la crisis.

Este fenómeno se denomina infodemia y consiste en el crecimiento exponencial y exceso de datos sobre un tema concreto, muchos de ellos, deliberadamente o no, imprecisos y sin respaldo científico.

De acuerdo con el organismo internacional, esta sobreabundancia incluye intentos por difundir hechos falsos para socavar la respuesta sanitaria y promover intereses particulares. “La información incorrecta trunca vidas y polariza el debate público sobre la COVID-19, da alas al discurso de odio, potencia el riesgo de conflicto y violaciones de los derechos humanos. Sin confianza las pruebas diagnósticas se quedan sin utilizar, las campañas de inmunización no cumplirán sus metas y el virus seguirá medrando”. Un estudio publicado en The Lancet respalda esta postura [1] y explica el llamado a fortalecer herramientas que mejoren el abordaje de este problema.

En este escenario, la medicina basada en evidencia (MBE) asume un rol protagónico. Definida como un proceso cuyo objetivo es la selección de los mejores argumentos científicos para la resolución de los problemas que la práctica clínica cotidiana plantea, se ha extendido a todas las disciplinas de la salud gracias al avance tecnológico. Sin embargo, pese a su actual sitial, enfrenta cuestionamientos desde sus orígenes, varios de los cuales aún no logra soslayar pese a contar con fundamentos cada vez más sólidos.

El término fue acuñado en 1991 por el doctor Gordon Guyatt, docente de la Universidad McMaster de Canadá, en un documento informal destinado a los residentes de medicina interna. Al año siguiente, The Journal of the American Medical Association publicó su ensayo [2] y el impacto se multiplicó.

Uno de sus principales impulsores fue el doctor David Sackett (1934 – 2015), fundador del Departamento de Epidemiología Clínica de la Universidad McMaster y el Centro de Medicina Basada en Evidencia de la Universidad de Oxford. Crítico de la falta de rigurosidad, durante la última década del siglo pasado publicó en JAMA una serie de artículos guía sobre la apreciación crítica de la literatura médica y propuso que las decisiones clínicas se fundamentaran en estudios científicos, asegurando que “se requiere la utilización concienzuda, juiciosa y explícita de las mejores evidencias disponibles en la toma de decisiones sobre el cuidado sanitario de los pacientes”.

Este paradigma mantiene en alto el valor de la experiencia clínica. “Significa integrar la competencia individual con la mejor evidencia externa disponible a partir de la investigación sistemática” [3]. 

La MBE considera tres componentes básicos: experiencia y habilidad clínica, evidencia científica existente sobre la eficacia y efectividad de distintos procedimientos diagnósticos y terapéuticos y, por último, las preferencias expresas y necesidades del paciente. En tanto, su metodología consta de, al menos, cuatro pasos: formular de manera precisa una pregunta a partir del problema clínico del paciente, localizar en base a una estrategia las pruebas disponibles en la literatura, evaluación crítica de la evidencia y aplicación de las conclusiones a la práctica [4].

Su aparición y desarrollo no tardó en despertar oposición entre los defensores de la medicina tradicional. Para algunos la experiencia ya no bastaba y era una obligación contar con evidencia científica para tomar decisiones clínicas acertadas, mientras que para sus detractores era una exageración, deshumanizaba la medicina, su modelo era autoritario, reduccionista y desconocía la opinión de los expertos. Con el paso del tiempo, las diferencias que en un momento parecían irreconciliables, han reducido la distancia y encontrado puntos de consenso [5].

Una de las principales pruebas que ha enfrentado la medicina basada en evidencia es el SARS-CoV-2. Fue clave para demostrar la ineficacia terapéutica de la cloroquina, hidroxicloroquina e ivermectina, entre otros medicamentos, así como los beneficios de la dexametasona y remdesivir en determinados pacientes. La crisis ha generado una enorme cantidad de información, con y sin respaldo científico, por lo que un análisis crítico y cuestionador de la literatura es fundamental para desechar datos que dificulten la gestión de la emergencia.

Para la OMS, la COVID-19 constituye la primera pandemia de la historia en la que se emplean a gran escala la tecnología y redes sociales para ayudar a las personas a mantenerse seguras, informadas, productivas y conectadas, sin embargo, estas mismas plataformas permiten y amplifican la infodemia.

Frente a este problema, la entidad subraya la necesidad de fortalecer la rigurosidad científica e impulsar estudios que proporcionen datos confiables, que se comuniquen de forma transparente y oportuna. En paralelo, entrega consejos prácticos a la comunidad, como evaluar la fuente, no conformarse con los titulares, identificar al autor, comprobar la fecha de publicación, examinar las pruebas aportadas, olvidar los prejuicios y verificar la información con organizaciones responsables.

Referencias
[1] Zarocostas J. How to fight an infodemic. Lancet. 2020 Feb 29;395(10225):676.
[2] Evidence-Based Medicine Working Group. Evidence-based medicine. A new approach to teaching the practice of medicine. JAMA. 1992 Nov 4;268(17):2420-5.
[3] Sackett DL, Rosenberg WM, Gray JA, et al. Evidence based medicine: what it is and what it isn't. BMJ. 1996 Jan 13;312(7023):71-2.
[4] Rosenberg W, Donald A. Evidence based medicine: an approach to clinical problem-solving. BMJ. 1995 Apr 29;310(6987):1122-6.
[5] Greenhalgh T, Worrall JG. From EBM to CSM: the evolution of context-sensitive medicine. J Eval Clin Pract. 1997 Apr;3(2):105-8.

Por Óscar Ferrari Gutiérrez

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