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22 Noviembre 2021

Las funciones no negociables del sueño

Sus beneficios para la salud gozan de evidencia incuestionable, pero algunas interrogantes persisten. ¿Existe algo más? La ciencia se abre a factores que trascienden lo estrictamente físico.

No pocas veces hemos deseado comenzar de cero. Apretar un botón y simplemente reiniciarnos. Borrar las preocupaciones, atesorar solo los recuerdos gratificantes y darnos una nueva oportunidad. Aunque parezca increíble, cada vez que el cansancio nos vence y logramos dormir, el cerebro se pone a trabajar exactamente en eso. 

Cuando estamos despiertos las neuronas establecen conexiones como resultado de nuestras experiencias. Ocurre a diario, miles de veces. Por ejemplo, si nos tropezamos y golpeamos, el cerebro asociará la caída con el dolor generando un recuerdo y una respuesta que evite en lo posible que vuelva a ocurrir.

Las conexiones poco relevantes son eliminadas y se refuerzan las que sí lo son. Prevalece de forma innata un sentido de precaución o estado de alerta, por sobre el temor y trauma. Es un proceso de selección y el descanso nocturno tiene un rol clave. Científicos creen que se activa un mecanismo de simulación en el que se ensayan distintas respuestas, especialmente emocionales, en relación a las experiencias adquiridas [1]. Nuevos estudios incluso aseguran que durante la noche se eliminan subproductos neurotóxicos acumulados en las horas de vigilia [2].

En 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificaba a los trastornos del sueño como una epidemia, advirtiendo la urgencia de diseñar e implementar estrategias que modificaran el escenario. Un objetivo que, como consecuencia de la pandemia por SARS-CoV-2, se presume ha quedado postergado, tal como la prevención y tratamiento de diversas condiciones. Probablemente, dada las características y consecuencias de la crisis, el problema se ha acentuado. Dormimos menos y la calidad del descanso es peor.

¿A qué nos exponemos? La lista es larga: patologías neurológicas y cardiovasculares, alteraciones metabólicas y del ritmo circadiano, obesidad, diabetes, disminución de masa muscular, deterioro cognitivo como pérdida de memoria, creación de recuerdos falsos y toma de malas decisiones, lo que puede acarrear inconvenientes adicionales. Baja el rendimiento sexual y la capacidad de concentración, aumenta el estrés, irritabilidad, accidentes laborales y de tránsito, se deteriora el sistema inmunitario y, como si no fuera suficiente, perdemos años de vida.

De acuerdo con la OMS existen más de 100 trastornos del sueño reconocidos y alrededor de 45% de la población sufre, al menos, uno. Los más comunes son el insomnio, hipersomnolencia, parasomnia, síndrome de piernas inquietas, narcolepsia y apnea.

La exploración de este campo comenzó a acentuarse en las últimas décadas gracias al surgimiento y consolidación de la medicina del sueño, periodo en el cual se publicaron numerosos trabajos sobre los riesgos que conlleva su falta de cuidado. Aun así, la consulta con especialistas es baja y, argumentando falta de tiempo por el acelerado ritmo de la vida moderna, los afectados caen en la automedicación. El abuso de dispositivos tecnológicos en pandemia exacerba el problema y su prevalencia se multiplica.

Hay quienes piensan que se dispone de más evidencia sobre lo negativo que resulta la mala higiene del sueño en comparación a sus reales beneficios. La conclusión general es que el descanso inadecuado tiene un impacto severo. “Dormir es fundamental para el organismo”, comenta al diario El País de España el académico del Imperial College de Londres Nick Franks [3].

Así lo reafirma una investigación publicada recientemente en la revista Science que profundiza en las múltiples ventajas de un sueño saludable [4]. “La sociedad moderna lo subestimó durante mucho tiempo. Afortunadamente hemos visto un cambio hacia la apreciación de una buena noche de descanso. El mito del individuo fuerte y exitoso que puede arreglárselas con un mínimo de tiempo en la cama ha sido completamente desacreditado. El sueño es una función corporal no negociable y esencial para la salud humana”, plantean sus autores.

¿Cuál es su propósito fisiológico? “La respuesta simplista que nuestros cuerpos y sistemas nerviosos necesitan descansar está descartada. Tal vez no nos demos cuenta, pero nuestro cerebro está muy activo mientras dormimos. Durante las últimas décadas hemos aprendido mucho sobre los genes, moléculas, células y circuitos involucrados en el sueño y su regulación. Sin embargo, todavía no sabemos realmente por qué dormimos”.

La recomendación de la Fundación Nacional del Sueño de Estados Unidos es que las personas de 18 a 64 años duerman entre siete y nueve horas por noche. Los mayores pueden prescindir de 60 minutos. Sin embargo, más allá de su duración, “es importante considerar la calidad de este tiempo. Aunque esta suele ser más difícil de medir, porque puede ser subjetiva, tiene efectos legítimos sobre la cognición y salud”.

Según Nick Franks, “evolutivamente, parece que el sueño se preserva muy bien, lo que implica una función esencial para la vida. Cuando nos privamos de este, todo tipo de cosas relacionadas con nuestra salud y comportamiento empeoran. No obstante, el mecanismo básico que rastrea lo cansado que está el cerebro y cuándo debe activarse el sueño sigue siendo un gran misterio”.

Hace una década, científicos de la Universidad de Berkeley (Estados Unidos) intentaron responder esta pregunta [5]. “Al entrar en la fase REM (Rapid Eye Movement o Movimiento de Ojo Rápido) también ingresamos a una especie de terapia, un bálsamo que elimina o al menos atenúa los recuerdos dolorosos del día anterior”, afirma su autor principal Matthew Walker.

“Cuando dormimos podemos llegar a una etapa en que la actividad cerebral es semejante al estado de vigilia, los ojos se mueven con rapidez bajo los párpados, soñamos y captamos gran cantidad de información de nuestro entorno, pero curiosamente es el momento en que estamos más relajados. La imaginación fluye y descansamos. Esta fase es lo que se conoce como sueño REM, instante en que la química que genera el estrés de las experiencias emocionales del día, principalmente las negativas, se apaga mientras el cerebro las procesa, por lo que los problemas se atenúan y su fuerza emocional se suaviza”.

Durante un tercio de nuestra vida estamos durmiendo, pero aún no hay consenso científico sobre la función completa del sueño. ¿Para qué lo hacemos? No solo para evitar múltiples enfermedades, también para recobrar fuerza, energía y no perder la esperanza. Una cuota de humanidad que no puede descartarse.

Referencias
[1] Gujar N, McDonald SA, Nishida M, Walker MP. A role for REM sleep in recalibrating the sensitivity of the human brain to specific emotions. Cereb Cortex. 2011 Jan;21(1):115-23.
[2] Xie L, Kang H, Xu Q, et al. Sleep drives metabolite clearance from the adult brain. Science. 2013 Oct 18;342(6156):373-7.
[3] ¿Para qué dormimos? Lo que la neurociencia sabe y aún desconoce de la necesidad de dormir, 2021, Miguel Ángel Criado, El País.
[4] Stern P. The many benefits of healthy sleep. Science. 2021 Oct 29;374(6567):550-551.
[5] van der Helm E, Yao J, Dutt S, et al. REM sleep depotentiates amygdala activity to previous emotional experiences. Curr Biol. 2011 Dec 6;21(23):2029-32.

Por Óscar Ferrari Gutiérrez

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