Los años invisibles del cerebro
Este órgano no cambia de forma pareja a lo largo de la vida, más bien atraviesa cuatro momentos decisivos en los que su conectividad se reorganiza y redefine el cómo pensamos, aprendemos y envejecemos.
La comprensión del desarrollo cerebral ha estado marcada por la idea de continuidad. Un proceso que avanza desde la infancia a la adultez y luego al envejecimiento. Sin embargo, nueva evidencia sugiere que ciertos cambios en la flexibilidad cognitiva, la resolución de problemas, la regulación emocional y la memoria ocurrirían de forma abrupta en momentos específicos, tal como si el órgano siguiera un calendario interno distinto a la edad cronológica [1].
Al respecto, investigadores de la Universidad de Cambridge publicaron un análisis exhaustivo de la conectividad cerebral a lo largo del ciclo vital, utilizando casi 4.000 resonancias magnéticas de difusión para mapear cómo se comunican entre sí las distintas regiones del cerebro. El estudio, publicado en Nature Communications, demostró que la organización de las redes neuronales no cambia de manera progresiva, sino que atraviesa cuatro puntos de inflexión estructural -aproximadamente a los 9, 32, 66 y 83 años- que delimitan etapas neurológicas [2].
Estos quiebres representan reconfiguraciones profundas que modifican la eficiencia, la integración y la estabilidad de la red, ofreciendo un marco completamente nuevo para entender el desarrollo y el envejecimiento del sistema nervioso.
Las edades del cerebro
Durante la infancia temprana, la red cerebral vive una fase de exuberancia: proliferan sinapsis, aumenta la materia gris y se consolidan las primeras arquitecturas funcionales. El estudio muestra que hacia los nueve años ocurre un cambio sustantivo en este equilibrio. Se cierran rutas, se refuerzan otras y se inicia un periodo en el que la conectividad se vuelve más selectiva y eficiente, acompañando el surgimiento de habilidades cognitivas más complejas.
Esta fase coincide con hitos neurobiológicos y conductuales y sitúa esta edad como una ventana crítica tanto para la consolidación del aprendizaje como para la vulnerabilidad frente a trastornos del neurodesarrollo.
El siguiente quiebre estructural aparece alrededor de los 32 años. Contra la intuición extendida de que el cerebro alcanza su madurez plena a comienzos de la adultez, la evidencia muestra que es recién en la tercera década donde la sustancia blanca alcanza su máxima maduración y la red cerebral se reorganiza con la mayor fuerza de toda la vida adulta [2].
Esta observación se alinea con estudios previos que describen cómo la reducción de conexiones estructurales durante el desarrollo no implica pérdida funcional, sino una optimización que mantiene las propiedades de eficiencia [3]. En conjunto, esta evidencia sugiere que la adultez temprana no sería una etapa estable, sino un periodo en el que el cerebro sigue ajustándose y reorganizando sus conexiones de manera importante.
A partir de los 66 años se inicia un declive más sostenido en la integridad de la red. Las conexiones de largo alcance comienzan a deteriorarse, afectando la velocidad y la coordinación de la información [2]. Este patrón coincide con lo que se sabe del envejecimiento estructural: con los años, las conexiones centrales más fuertes -las que coordinan grandes redes del sistema nervioso- comienzan a debilitarse, y las periféricas también pierden eficiencia de manera progresiva. Esto reduce la capacidad del cerebro para integrar información entre regiones distantes y afecta la coordinación general de sus funciones [4].
El último punto de inflexión, hacia los 83 años, refleja la etapa más avanzada del declive en la conectividad estructural. Se observa una caída pronunciada en la integración entre grandes sistemas funcionales y un predominio de circuitos locales, un patrón que coincide con observaciones previas sobre la desconexión frontoparietal y el descenso en la eficiencia global durante la vejez extrema [2]. Aunque el estudio reconoce limitaciones por la menor cantidad de participantes en este rango etario, los resultados concuerdan con la mayor parte de la literatura que describe una pérdida progresiva de la coordinación interregional como sello estructural del envejecimiento [5].
En conjunto, estos hallazgos invitan a replantear la forma en que conceptualizamos la vida cerebral. Más que un continuo homogéneo, la conectividad estructural parece organizada en etapas marcadas por rediseños profundos del sistema. Para la práctica médica, este modelo abre nuevas posibilidades: permite distinguir con mayor claridad qué cambios son propios del desarrollo típico, cuáles podrían anticipar patología, y en qué momentos de la vida podría ser más eficaz intervenir para proteger o potenciar funciones cognitivas específicas.
Referencias
[1] El País. Las cinco ‘edades’ del cerebro humano: hay cambios cruciales alrededor de los 9, los 32, los 66 y los 83 años. https://elpais.com/salud-y-bienestar/2025-11-25/las-cinco-edades-del-cerebro-humano-hay-cambios-cruciales-alrededor-de-los-9-los-32-los-66-y-los-83-anos.html
[2] Mousley, A., Bethlehem, RAI, Yeh, FC. et al. Puntos de inflexión topológicos a lo largo de la vida humana. Nat Commun 16, 10055 (2025).
[3] Lim, S., Han, C. E., Uhlhaas, P. J., & Kaiser, M. (2015). Preferential detachment during human brain development: Age- and sex-specific structural connectivity in diffusion tensor imaging (DTI) data. Cerebral Cortex, 25(6), 1477–1489.
[4] Schirmer, M. D., & Chung, A. W. (2018). Structural subnetwork evolution across the life-span: Rich-club, feeder, seeder. arXiv preprint, arXiv:1809.05880.
[5] Grayson, D. S., Ray, S., Carpenter, S., et al. (2014). Structural and functional rich club organization of the brain in children and adults. PLoS ONE, 9(2), e88297.
Por María Ignacia Meyerholz