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19 Abril 2021

Mascarillas, legado sanitario oriental

Entre la plaga de Manchuria y la pandemia por coronavirus han trascurrido 110 años. Ambas tienen un punto que las une: el uso universal de este elemento de protección personal.

En otoño de 1910, la prensa en China comenzó a informar que una rara y mortal plaga había llegado a la ciudad de Harbin en el extremo noreste del país, entonces conocida como Manchuria. Aunque se limitó a las provincias de esa zona, se informaron casos esporádicos en otros lugares como Pekín y Tianjin.

Su origen parecía estar relacionado con el comercio de pieles de animales salvajes, pero en ese momento nadie estaba seguro. Así como hoy los virus se propagan rápidamente mediante las rutas aéreas, los ferrocarriles hicieron lo suyo hace más de un siglo. 

Si bien no se extendió de manera masiva al resto de China, Mongolia o Rusia, el cierre del puerto de Dalian, en las orillas del mar de Bohai, evitó la expansión desde Manchuria a los principales destinos de Japón, Corea, Hong Kong y otros lugares de Asia. Sin esta contención podría haberse trasladado en transatlántico al resto del mundo.

Los muertos se contaban por centenares diariamente. El Gobierno necesitaba identificar y conocer de qué enfermedad se trataba y dejaron ese trabajo en manos de un solo profesional: Wu Lien-teh, un médico malayo de origen chino especializado en la Universidad de Cambridge.

Él identificó varios problemas mientras visitaba los sitios donde estaban siendo atendidos los pacientes aquejados por la peste. “Había enfermos con aspecto de indigentes, tosiendo y escupiendo sangre. Nadie portaba protección” [1].

Según el documento, la mitad de los profesionales de la salud que atendían la emergencia habían muerto por un problema que nadie había tenido en cuenta y que Wu detectó al realizar exámenes post mortem, descubriendo Yersinia pestis en los tejidos. Eso lo llevó a concluir que la epidemia era una peste neumónica, altamente contagiosa y que se propagaba por transmisión respiratoria de aerosoles o esputo entre personas. Esto era contrario a la idea general de que solo se diseminaba a través de ratas o pulgas. Su conclusión sorprendió a colegas y fue recibida con incredulidad.

El médico francés Gérald Mesny fue uno de los que desafió estos puntos de vista. Tanto así que murió, luego de sucumbir a la infección por negarse a usar gasas y mascarilla para protegerse mientras investigaba la enfermedad. 

En solo cuatro meses, Wu logró controlar la epidemia con la implementación de una serie de medidas, muy parecidas a las que se están utilizando para luchar contra el coronavirus: confinamientos, cuarentena, restricciones de viajes, cremación masiva de víctimas, controles fronterizos para tratar de reducir la tasa de infección y el uso de un tapa bocas especial fabricado con algodón, gasa y varias capas de tela que obligó utilizar a la población. 

En esa línea, el deceso del doctor Mesny ayudó a concientizar a la comunidad sobre la importancia de incorporarla en el cotidiano. Sin proponérselo eso sentó las bases del nacimiento de la mascarilla quirúrgica, elemento de protección personal (EPP) que se ha popularizado este último año.

Un metaanálisis publicado en The Lancet estima la tasa de transmisión de contacto cercano de COVID-19 en alrededor de 17%, cifra que al usar mascarilla puede reducirla a 3% [2].

Como el SARS-CoV-2 continúa su propagación mundial, es posible que la utilización universal de este EPP se transforme en una forma de “variolización”, profilaxis empleada para generar inmunidad a la viruela en el siglo XVIII y, por lo tanto, ralentizaría la propagación del virus en países que aún esperan por acceder a la vacuna [3]. 

La evidencia relacionada con otros virus respiratorios, indica que esta práctica también puede beneficiar al portador de la infección, al bloquear la entrada de partículas virales en nariz y boca. Investigaciones epidemiológicas realizadas, especialmente en países asiáticos que se acostumbraron al enmascaramiento durante la emergencia por SARS en 2003, sugieren que existe una fuerte relación entre esta protección y el control de la pandemia. 

Los datos virológicos, epidemiológicos y ecológicos recientes han llevado a la hipótesis de que el uso de barbijo también puede reducir la gravedad de la enfermedad entre los infectados. Esta posibilidad es consistente con una teoría de larga data sobre patogénesis viral, que sostiene es proporcional a la carga del agente inoculante recibido. Si esta hipótesis se confirma, con cualquier tipo de cubre boca, que aumente la aceptabilidad y adherencia, se podría contribuir a acentuar la proporción de infecciones por SARS-CoV-2 asintomáticas.

Con el descubrimiento de nuevas variantes del virus, comenzó una nueva discusión sobre el manejo de doble mascarilla. Los científicos creen que es posible que algunas de estas cepas se propaguen más fácil y rápidamente que la original. 

Los CDC en Estados Unidos realizaron experimentos para evaluar dos métodos para perfeccionar el rendimiento de la mascarilla quirúrgica optimizando el ajuste y filtración: doble enmascaramiento y anudado y doblado de ella.

Los resultados demostraron que la máscara de procedimiento sin nudos bloqueaba por sí sola 56,1% las partículas de una tos simulada, mientras que la de tela sola lo hacía en un 51,4%. También encontraron que la utilidad general de ellas mejora en 77% doblando los bordes de la mascarilla hacia adentro y anudando los cordones de las orejeras donde se unen con la tela de la máscara para reducir los espacios. Sin embargo, el impacto es mayor cuando se combinan ambos tipos de barbijo, pues se alcanza una protección de 85,4% de las partículas de tos.

Aunque ya está comprobado que el doble enmascaramiento ayuda a resguardar mejor a los individuos de la COVID-19, más que nunca es importante seguir concientizando a la comunidad sobre la necesidad de practicar el lavado de manos constante y mantener el distanciamiento físico, lecciones que hemos aprendido de la experiencia e historia sanitaria de oriente.

Referencias
[1] Ma, Z., & Li, Y. (2016). Dr. Wu Lien Teh, plague fighter and father of the Chinese public health system. Protein & cell, 7(3), 157–158.
[2] Chu DK, Akl EA, Duda S, et al. Physical distancing, face masks, and eye protection to prevent person-to-person transmission of SARS-CoV-2 and COVID-19: a systematic review and meta-analysis. Lancet. 2020;395(10242):1973-1987.
[3] Gandhi M, Rutherford GW. Facial Masking for Covid-19 - Potential for "Variolation" as We Await a Vaccine. N Engl J Med. 2020;383(18):e101.
[4] Brooks JT, Beezhold DH, Noti JD, et al. Maximizing Fit for Cloth and Medical Procedure Masks to Improve Performance and Reduce SARS-CoV-2 Transmission and Exposure, 2021. Morb Mortal Wkly Rep. 2021;70:254–257.

Por Carolina Faraldo Portus 

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