Muerte súbita en el deporte
Una de las diferencias entre un atleta competitivo y uno recreacional es la habilidad y libertad del participante para juzgar cuando es prudente detener el esfuerzo físico. Pero qué pasa cuando esta decisión depende de un entrenador.
Hace un par de semanas, se encendieron nuevamente las alarmas a nivel mundial luego que el joven deportista de 27 años, Cristian Gómez, defensor del Atlético Paraná de Entre Ríos de Argentina, se derrumbara repentinamente en la cancha de Boca Unidos de Corrientes durante un partido del Nacional B.
Cuando se jugaban 32 minutos del primer tiempo, el zaguero presentó signos de muerte súbita en el campo de juego y fue trasladado de urgencia al Hospital Escuela "General San Martín" de Corrientes, donde ingresó sin vida. Pese a los trabajos de reanimación que se hicieron en la cancha, el futbolista tuvo un paro cardiorrespiratorio en la ambulancia y ya no tuvo signos vitales.
La actividad física se considera un fiel reflejo del estado de salud y de la calidad de vida de una sociedad, por lo que a la opinión pública le cuesta comprender cómo un joven –aparentemente sano- puede morir mientras muestra una gran vitalidad en su práctica deportiva habitual.
Los casos de muerte súbita –es decir, de muertes inesperadas que ocurren, generalmente, dentro de la primera hora del inicio de los síntomas en presencia de testigos- tienen una incidencia estimada de 1/50.000 ó 1/80.000 atletas por año. Existe un gran rango, porque en algunas subpoblaciones se ha reportado una muerte entre 3000 atletas y en otras una en un millón. Los hombres de raza negra o afroamericana, jugadores de básquetbol, parecen estar en mayor riesgo que otros subgrupos. A pesar de ser una condición rara, es importante su impacto tanto en la comunidad deportiva como en la comunidad general.
Estos hechos han ocupado los titulares de la prensa, especialmente, cuando ocurren en deportistas bien entrenados y con un excelente rendimiento que, desgraciadamente, desconocían que eran portadores de manera silente de enfermedades cardiovasculares potencialmente letales, a pesar de haber sido sometidos a distintos controles médicos durante su vida deportiva.
Existen datos que indican que el deporte incrementa sensiblemente el riesgo de sufrir una muerte súbita durante la realización de una actividad deportiva intensa. La distribución estacional y su mayor frecuencia en determinadas horas del día apoyan este hecho.
En los deportistas de competición, las muertes ocurren con mayor frecuencia durante el otoño y la primavera, estaciones en las que se celebran mayor número de competiciones y en las primeras horas de la tarde, coincidiendo con las horas en las que se desarrollan mayoritariamente los espectáculos deportivos, mientras que en los deportistas de tipo recreacional las muertes ocurren en las primeras horas de la mañana y en las últimas de la tarde, coincidiendo con los momentos del día en que más se realizan estas actividades. (Rev. Esp. Cardiol 2002;55(4):333-6)
Desde el siglo pasado, se conoce que el corazón de un deportista de alto rendimiento es diferente al de una persona sedentaria. El entrenamiento intenso y sistemático practicado, induce cambios a nivel estructural, funcional y eléctrico. Esto puede manifestarse como agrandamiento cardiaco, patrones anormales en la electrocardiografía como bradicardia y anormalidades en la repolarización. A este conjunto se lo llama corazón de atleta. Si bien estos cambios no son perjudiciales, podrían representar una adaptación fisiológica que ayuda al rendimiento del atleta.
Existen algunas patologías cardiacas, principalmente las cardiomiopatías, que pueden pasar desapercibidas bajo el corazón del atleta. Por lo que es importante diferenciar entre el deportista con ese fenotipo del que tiene una cardiomiopatía, lo que no siempre es sencillo, debido a la zona gris que existe entre las condiciones patológicas y las adaptaciones fisiológicas lo que –a juicio de los expertos- genera un desafío clínico en la atención de estos pacientes.
Los cambios estructurales sugestivos de un corazón de atleta dependen de la actividad realizada e incluyen hipertrofia excéntrica con agrandamiento de la cavidad ventricular izquierda en aquellos individuos que realizan ejercicios aeróbicos e hipertrofia concéntrica con las dimensiones de la cavidad más cercanas al rango normal en atletas que realizan ejercicio estático.
Los cambios eléctricos incluyen bradicardia sinusal y bloqueo incompleto de rama derecha. La presencia extendida de inversiones de la onda T inferolateral, bloqueo de rama izquierda y las ondas Q patológicas no son características normales del corazón de un atleta y podrían indicar una patología oculta.
En algunos atletas de resistencia, sin antecedentes de enfermedad cardiaca genética, la actividad física frecuente e intensa puede inducir más alteraciones peligrosas en la función cardiaca, lo cual ha sido demostrado en estudios con modelos animales y humanos.
A pesar del establecido valor diagnóstico del electrocardiograma en la revisión pre-participativa de deportistas, algunas alteraciones estructurales cardiacas podrían pasar inadvertidas, en especial en fases precoces de la enfermedad.
Un grupo de cardiólogos de Barcelona realizó un estudio con el objetivo de valorar la prevalencia de alteraciones estructurales cardiacas mediante el uso sistemático de la ecocardiografía en la revisión pre-participativa de deportistas de competición. (Rev. Esp. Cardiol. 2014;67:701-5)
Para los investigadores, la práctica deportiva supone una exigencia hemodinámica, en ocasiones, inasumible para corazones con cardiopatía de base, que producirían arritmias malignas y, potencialmente, muerte súbita.
Desde enero de 2009 hasta diciembre de 2012, se estudió consecutivamente a 2.688 deportistas procedentes de diferentes disciplinas. Todos estaban incluidos en un programa de competición del Consell Català de l’Esport o del Fútbol Club Barcelona. Se les realizó una evaluación cardiovascular compuesta de cinco puntos: historia familiar y personal; examen físico según las recomendaciones de la conferencia de Bethesda; ECG; ecocardiograma; y prueba de esfuerzo máximo.
La mayoría de los estudios ecocardiográficos (92,5 por ciento) fueron estrictamente normales y sólo 203 (7,5 por ciento) tenían alteraciones; la más frecuente de ellas fue la hipertrofia ventricular izquierda, en 50 deportistas (1,8 por ciento). En cuatro casos (0,14 por ciento) se indicó el cese de la práctica deportiva, dos por miocardiopatía hipertrófica (el electrocardiograma mostraba alteraciones, pero no cumplía criterios diagnósticos), un pectus excavatum con compresión del ventrículo derecho y una estenosis valvular pulmonar significativa; el resto de las alteraciones no implicaron interrupción de la práctica deportiva y sólo requirieron seguimiento periódico.
El grupo español concluyó que algunas alteraciones estructurales cardiacas, aunque poco frecuentes, pueden pasar inadvertidas al examen físico y en el electrocardiograma. En cambio, son fácilmente reconocibles con un ecocardiograma.
Debido a que la muerte súbita puede ser la primera manifestación de una enfermedad genética cardiaca oculta, actualmente se están planteando numerosas estrategias para el desarrollo de screening en atletas.
Cuando el deporte es sinónimo de peligro, los especialistas destacan que sería necesario introducir el ecocardiograma, al menos, en la primera valoración pre-participativa de deportistas de competición para mejorar la eficacia de los programas de prevención de la muerte súbita en el deportista.
La FIFA reconoció la necesidad de establecer un equipo de emergencia médica estandarizado y consistente en el campo de juego, para lo cual ha desarrollado una valija de emergencia médica con 11 pasos para ayudar a prevenir la muerte súbita en jugadores de fútbol profesionales y amateur.
