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30 Marzo 2020

Vulnerabilidad psicosocial en tiempos de pandemia

La cuarentena provisoria, el trabajo extenuante en recintos asistenciales y los cambios en la rutina diaria generan niveles importantes de ansiedad y estrés que se pueden superar con información veraz y oportuna.

El 31 de diciembre 2019 fue identificado el 2019-nCoV como causante de lo que conocemos como Coronavirus Disease 2019 (COVID-19) en 41 personas de Wuhan -una ciudad con más de 11 millones de habitantes, ubicada en la zona central de China- las que tenían en común el haber visitado un mercado. 

Ese mismo día, un equipo nacional de científicos y expertos en salubridad dispuso el aislamiento de los casos; la identificación y seguimiento de los potenciales contactos; el saneamiento ambiental y cierre del recinto comercial; y la investigación de laboratorio para secuenciar al patógeno, lo que logró establecer que el promotor de la infección es genéticamente similar y, al mismo tiempo, diferente a otros dos coronavirus ya conocidos: SARS-CoV y MERS-CoV, que dieron origen a los síndromes respiratorio agudo grave y de Oriente Medio en 2002 y 2012, respectivamente.

El 11 de marzo de este año, cuando el número de casos de COVID-19 fuera de China aumentó 13 veces y las naciones afectadas se triplicaron, la Organización Mundial de la Salud declaró al coronavirus como una pandemia y llamó a las autoridades de los distintos países a realizar gestiones más concretas para abordar el complejo escenario en materia de salud pública.

El alcance y la propagación del virus evoluciona diariamente, tanto así que aún existen vacíos respecto al número de contagiados. Si bien ya se ha podido controlar la emergencia en China, Italia y España se han convertido en los dos estados con más víctimas fatales después del país asiático. 

Se han tomado una serie de medidas preventivas para impedir su expansión y limitar el riesgo de contagio, entre ellas, el cierre de fronteras y la implementación de cordones sanitarios y periodos de cuarentena, una práctica que se remonta a la Edad Media.

Aunque la lepra fue la primera enfermedad documentada en los libros Pentateucos de la Biblia para la cual se impuso esta forma de alejamiento, este nombre deriva del número de días que las embarcaciones debían permanecer en los puertos europeos durante la epidemia de peste bubónica en el siglo XIV.

El profundo impacto que esta provocó en Europa llevó al establecimiento de normas extremas de control de infecciones. En 1374, el señor de Milán Bernabé Visconti declaró que todas las personas con peste debían ser apartadas de la ciudad a los campos, para que se recuperaran o murieran lejos.

Esta disposición demostró ser poco efectiva, por lo que el Gran Consejo de la ciudad tuvo que tomar otra más radical y decretó el edicto de Reggio, con el que aprobó una ley que establecía un trentino (o un período de retiro de 30 días) para los ciudadanos o visitantes de áreas endémicas de peste antes de ser admitidos, el cual se ampliaría a quaranta giorni (40 días) o quarantino

En la historia reciente, cuando no había vacuna ni antibióticos para tratar las infecciones de nuevos patógenos -como en el caso de la gripe española de 1918- los esfuerzos para contener las distintas pandemias se limitaban a intervenciones no farmacológicas como cuarentenas, buena higiene personal, uso de desinfectantes y limitación de concentraciones públicas.

La contingencia por el actual coronavirus ha obligado a volver a implementar esos mandatos. Durante esta separación y restricción del movimiento, las personas han tenido que adaptarse a realizar sus tareas habituales confinados dentro de sus hogares y con todo lo que aquello significa: planificación de trabajo a distancia, tareas domésticas, interacción con niños o bien en absoluta soledad. 

Un grupo de investigadores del Departamento de Psiquiatría de la Medicine King’s College de Londres realizó una revisión de más de 3.000 estudios sobre el impacto psicológico que esta confinación provoca (DOI: 10.1016/S0140-6736(20)30460-8). 

Pese a que no se puede comparar con ninguna situación vivida con anterioridad, en base a 24 estudios, concluyeron que en periodos de confinamiento son frecuentes reacciones de estrés, ansiedad, irritabilidad, nerviosismo, confusión, miedo y culpa que, en algunos casos, puede llevar a insomnio, dificultades de concentración, pérdida de eficacia en el quehacer laboral y, a largo plazo, a síntomas de depresión y estrés postraumático.

El brote de SARS-CoV-2 en China, por ejemplo, tuvo importantes efectos sobre la salud mental de sus habitantes. La preocupación ante los pacientes sospechosos, los casos confirmados, las provincias afectadas, la desinformación y los mitos sobre el virus, entre otros factores, causaron importantes niveles de estrés y ansiedad no solo en la población general, sino que también en los trabajadores de la salud, que se vieron enfrentados a extenuantes horas de trabajo frente a pacientes gravemente enfermos, en principio, sin saber el comportamiento del patógeno; expuestos a contraer el virus; y conociendo sobre la marcha las complejidades de su abordaje (DOI: 10.1016/ S0140-6736(20)30309-3).

Los investigadores británicos sugieren la necesidad de implementar acciones efectivas de mitigación como parte del proceso de planificación de una cuarentena total. En este sentido, hacen un llamado a formalizarlo solo por un tiempo mínimo y no mayor al requerido; proporcionar una justificación clara y en términos que puedan ser comprendidos por toda la comunidad; y establecer el énfasis necesario de que se trata de una medida temporal.

Además, instan a las personas a mantener la rutina diaria, tanto como sea posible; transmitir tranquilidad y seguridad a los niños; evitar el exceso de noticias y redes sociales; practicar ejercicio y mantener hábitos alimenticios saludables; apoyarse en una red cercana a través de plataformas digitales; encontrar espacios para la reflexión; e internalizar que este esfuerzo individual está contribuyendo a que el virus no se siga propagando.

Habitualmente los preparativos para una epidemia o pandemia han puesto el énfasis en el desarrollo de planes nacionales, vigilancia epidemiológica, requerimiento de medicamentos, mejoramiento de la cobertura de vacunación en los grupos de alto riesgo, así como en el impacto y la carga económica. Sin embargo, los aspectos psicológicos y sociales siguen siendo los grandes ausentes en esta programación. 

Quizás esta sea una oportunidad para reflexionar respecto a la vulnerabilidad psicológica en tiempos de crisis, sobre todo en aquellos que tienen dificultades para reconstruir sus medios de subsistencia y apoyo social después de una catástrofe o evento traumático.

Por Carolina Faraldo Portus

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