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18 Mayo 2020

Superar el aislamiento después de una pandemia

Volver a una relativa normalidad tras una cuarentena puede resultar complejo para algunas personas que consideran una amenaza dejar el hogar. Es el “Síndrome de la cabaña”, otra consecuencia de la COVID-19.

Una de las principales medidas adoptadas en prácticamente todo el mundo para detener la propagación del SARS-CoV-2 es la cuarentena. Este confinamiento, ya sea voluntario como acción preventiva, o impuesto por las autoridades con el objetivo de frenar un brote en un determinado lugar geográfico, ha generado una serie de trastornos, más allá de los cambios de rutinas personales y profesionales, que han obligado, por ejemplo, a implementar el teletrabajo o las clases online para no descuidar los procesos educativos de niños y adolescentes.

Se trata de alteraciones a la salud y conductuales, propias de un estado de encierro y de la sensación de miedo e incertidumbre. Angustia, estrés, depresión, abuso de alcohol y drogas, violencia intrafamiliar, abandono de controles médicos o tratamientos por otras patologías, cambios negativos en la alimentación y horarios de descanso. Todo ha configurado un escenario complejo, una realidad que, se presumía, quedaría atrás con la liberación de las restricciones de desplazamiento, sin embargo, existen indicios que hacen presumir que el proceso postcuarentena no será fácil.

“Cuando se pueda salir, habrá personas que no van a querer hacerlo”, comentó el psicólogo español Ovidio Peñalver al medio digital NIUS. La raíz del problema sería el temor a modificar un entorno que, pese a todas las incomodidades, ofrecía seguridad, por otro en el cual se mantiene el riesgo de infección. Es un daño colateral de la COVID-19, que afectaría principalmente a niños, adultos mayores y pacientes hipocondríacos, pero que puede ser abordado por profesionales de la salud mental.

Se le conoce como el “Síndrome de la cabaña” y su origen se remontaría a principios del siglo XX, cuando muchos colonos norteamericanos debían pasar largas temporadas invernales en lugares inhóspitos, dentro de sus refugios, para no exponerse a amenazas como una tormenta o animales salvajes, experimentando síntomas depresivos, ansiedad, aburrimiento y posterior miedo a salir, pese a una relativa certeza de que el peligro ya había pasado. Es un término muy reciente en psicología, sin embargo, el cuadro ya ha sido advertido en hospitalizados por meses y hasta años, en exreos e, incluso, en hombres o mujeres víctimas de secuestro. También se describió como “locura de pradera” o “locura de montaña”, expresiones coloquiales para referirse a un problema real.

“A muchos el desconfinamiento no les va a producir la felicidad que debería. Cuando estás encerrado en un sitio pequeño, con poca movilidad, lo que pasa es que tu energía baja. Te acomodas a la situación y te acostumbras a vivir en ese mundo. Entonces empiezas a sentir miedo de lo que pueda ocurrir el día que tengas que salir”, agregó.

Dado el contexto, es normal que una persona experimente inseguridad. El problema es que la situación puede generar un aumento de casos de hipocondría, ansiedad o depresión, y el riesgo es que el temor sea invalidante y la condición se cronifique.

“En España, desde principios de mayo recibimos pacientes nuevos que nos llaman porque tienen miedo a salir. Es una especie de agorafobia, ya se puede salir, pero hay gente que no lo ha hecho”. Según el psicoterapeuta del sistema sanitario, “se percibe un temor al contagio. La gente piensa ‘voy a salir a la calle, voy a tocar algo, alguien me va a toser’ y, ese miedo cursa con pensamientos intrusivos, empiezas a tener taquicardias, ansiedad, respiración acelerada. Esto puede terminar en un ataque de pánico o de ansiedad e hiperventilación. Cuando ocurren estos episodios provocan una conducta de evitación, tratamos de no enfrentar a esa situación y simplemente no salimos”.

Para Antonio Cano, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), “hay personas que cuando vean que la calle está muy poblada, van a pensar en salir o no, y lo harán los más reflexivos. Otros no salen por evitar la multa y algunos organizan fiestas, cada quien es un mundo distinto”.

“Sí hemos detectado que muchas personas desarrollan sintomatología ansiosa con el confinamiento, y esto puede constituir un trastorno de ansiedad o de pánico y muchos de ellos pueden derivar en agorafobia, básicamente temor a los espacios abiertos y a exponerse en lugares públicos”.

Según el académico, “el estrés propio, la situación de la pandemia en sí, más la incertidumbre por las consecuencias económicas, generan un exceso de emocionalidad negativa, especialmente de ansiedad. Cuando se tiene más ansiedad es muy posible que una persona se asuste por sus sensaciones, y cuanto más se asusta tiene más ansiedad, vale decir, se corre el peligro de caer en un círculo vicioso que puede terminar en una crisis de pánico”.

Desensibilización sistemática

Sergio García Soriano, psicólogo clínico de la Universidad Complutense de Madrid (España), coincide con el diagnóstico. “He mantenido terapias virtuales y tengo adultos que no quieren salir. Dicen que lo harán solo cuando pasen dos meses, que sus hijos les llevan comida y que prefieren ser precavidos. Están temerosos, más aún si se ha muerto alguien conocido o cercano”.

“Hemos pasado bastante tiempo en casa por la pandemia, recibiendo mucha información, a veces contradictoria. Pero esto es algo transitorio, una situación de excepcionalidad que no provocaría daños severos, sino que debería revertirse a medida que se recupera un poco de normalidad”.

El “Síndrome de la cabaña” se manifiesta con mayor frecuencia en personas que viven solas o que tienen escaso contacto social, aspecto que puede acentuarse durante el confinamiento [1].

Especialistas subrayan que no es exclusivo de quienes padecían problemas emocionales antes de la emergencia sanitaria, al contrario, una de sus particularidades es que puede darse en menores de edad, hombres y mujeres sin un historial de este tipo. Aun así, hay dos grupos más proclives: niños y adultos mayores.

“Este síndrome puede presentarse en los más pequeños de forma mucho más evidente. No en todos, pero sí en aquellos que han estado más expuestos a información o bien han asimilado de manera negativa las cosas que han escuchado. Muchos adultos le han dicho durante semanas a sus hijos que hay un peligro afuera, un monstruo que puede provocar la muerte”, explicó Mónica Dosil, psicóloga de la Universidad de Barcelona (España), con estudios en las áreas infanto-juvenil y gerontología social.

Los ancianos, acotó Ovidio Peñalver, son el sector de la población más vulnerable al virus, por lo tanto, desarrollar este síndrome es una posibilidad cierta, como también que perdure en el tiempo. “La mayoría de ellos no trabaja. Muchos tampoco tienen rutinas ni demasiada vida social. Es lógico que tengan temor al contagio y a la muerte”.

Paula Errázuriz Arellano, docente de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, incluye otro grupo de riesgo: las personas que sufren trastornos del espectro obsesivo. “Están relacionados con la necesidad de control que tenemos de nuestro entorno y que no podemos lograr. Estas patologías se podrían incrementar en los próximos meses, más para quienes ya las habían desarrollado a lo largo de sus vidas. La situación actual es especialmente desafiante para aquellas personas que previo a la pandemia ya tenían obsesiones con gérmenes, con ser contaminados, con la limpieza y el lavado de manos”.

Alteraciones en los patrones, sensación de cansancio y letargo son algunos síntomas. A nivel cognitivo, falta de concentración y déficit en la memoria, y en el campo emocional, nerviosismo y síntomas depresivos. Otros como pánico, taquicardias, ansiedad anticipatoria y miedo a retomar la rutina se pueden manifestar al momento de salir.

“Esto es algo que nunca hemos vivido. Para solucionarlo, lo mejor es la desensibilización sistemática, porque la única manera de superarlo será poco a poco”, propuso María Senra, especialista en psicología del trabajo y de las organizaciones de la Universidad Complutense de Madrid.

Este término se utiliza en psicoterapia para referirse a una técnica pionera de modificación conductual, destinada a reducir el miedo, ansiedad o fobias del paciente, acercándolo paulatinamente a ese temor. “Cuando te expones a una situación que no te gusta, como el salir a la calle tras el confinamiento, la única manera de superarlo será haciéndolo de esta manera. Primero sales a la esquina, luego al supermercado, después al trabajo. Es parecido a afrontar el miedo a volar o a las arañas. Se trata de una exposición progresiva”.

Cabin Fever

Uno de los primeros científicos en abordar estos trastornos fue el doctor Paul Rosenblatt, profesor emérito de Ciencia Social de la Familia de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos). Su investigación, publicada en 1984, acuñó el término Cabin Fever (Síndrome de la cabaña) e incluyó a habitantes de Minnesota, un estado rural caracterizado por sus inviernos extremos [2]. En el artículo, los participantes describen sensaciones como desasosiego, frustración, aburrimiento, irritabilidad, falta de motivación y necesidad de romper la rutina.

“El detonante parece ser el asilamiento físico. Mucho puede depender de las condiciones de éste, como la estrechez de la vivienda, si se está solo, el tipo de personas que te acompañan, la monotomía, no tener una rutina, la falta de estímulo, la situación geográfica y las inclemencias del tiempo”, detalló en una entrevista con BBC News Mundo.

El trabajo no solo profundizó en encierros por largos inviernos, sino que también identificó otros escenarios que generaban el mismo problema, como el confinamiento con niños pequeños, por enfermedad o ser responsable de un discapacitado.

“Si las mismas personas tienen limitaciones físicas que no les permiten moverse con facilidad o residen en viviendas abarrotadas, estas pueden ser más propensas a la condición. También sé de gente que siente síndrome de la cabaña por vivir en lugares demasiado peligrosos para salir de casa, por ejemplo, en zonas de guerra o en vecindarios de alta criminalidad. Otros, simplemente, no se ajustan a las condiciones de aislamiento por ser demasiado activos”.

Para mitigar los riesgos de sufrir el síndrome, los especialistas recomiendan mantener contacto con otros (vía teléfono o plataformas digitales), establecer una rutina o bien romper de vez en cuando las que se han construido, hacer planes, reparaciones en el hogar, escuchar música, buscar un hobby, leer, distraerse con juegos de salón, realizar artes manuales. Entretenerse, ser productivo y creativo es clave, como también el ejercicio, cuidar los horarios de descanso y llevar una dieta saludable.

Los psicólogos esperan que el miedo a salir vaya disminuyendo a medida que la situación se normalice. Se puede llegar a cronificar, pero consideran que la condición se extendería solo por unas semanas o meses, en la mayoría de los casos.

“Ha existido una especie de paranoia social y mucha preocupación por las consecuencias de la COVID-19. Si leías una noticia, podía ser falsa; si me pongo una mascarilla tal vez no funciona; si me hago el test a lo mejor no es fiable. La nuestra ha sido una generación muy protegida, no hemos pasado por nada parecido. Teníamos poca tolerancia a la incertidumbre. Ahora hay que acostumbrarse a cierta cuota de descontrol, hay cosas que sabemos y otras que no, y además son cambiantes. Es mejor asumir esto para seguir adelante”, concluyó Sergio García Soriano. Opinión para tener en cuenta, sobre todo en países que, a diferencia de España, recién inician las fases complejas de la pandemia y los periodos de confinamiento más duros.

Referencias
[1] Debanjan Banerjee & Mayank Rai (2020) Social isolation in Covid-19: The impact of loneliness. International Journal of Social Psychiatry, 1-3. DOI: 10.1177/0020764020922269.
[2] Paul C. Rosenblatt, Roxanne Marie Anderson & Patricia A. Johnson (1984) The Meaning of “Cabin Fever”, The Journal of Social Psychology, 123:1, 43-53.

Por Óscar Ferrari Gutiérrez

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