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3.000 cc/m

2

/día de forma endovenosa, con preparaciones isotónicas libres de potasio, para

lograr una diuresis de al menos 100 cc/m

2

/h. De no lograrse esa meta de diuresis, se puede

adicionar furosemida en dosis de 0,5 a 1 mg/kg/dosis. Hay que tener precaución con el uso

de diurético ya que puede acelerar la precipitación de cristales.

2. Manejo de hiperuricemia:

Actualmente existen 2 medicamentos disponibles para su manejo:

alopurinol y rasburicase. El alopurinol es un inhibidor de la xantino oxidasa, por lo que inhibe

la conversión de hipoxantina a xantina y de xantina a ácido úrico. La excreción renal de xantina

e hipoxantina es 10 veces mayor que la de ácido úrico. Su problema es que no actúa sobre

el ácido úrico ya presente en el torrente sanguíneo, sino que en la formación de “nuevo”

ácido úrico. Por otro lado, la acumulación de xantina en sangre puede producir nefropatía.

Su uso solo se recomienda en pacientes de riesgo bajo o intermedio de desarrollar síndrome

de lisis tumoral, o cuando rasburicase no está disponible. La rasburicase es una urato oxidasa

recombinante que transforma el ácido úrico en alantoína, actuando de esta forma en el ácido

úrico preexistente, logrando disminuir sus niveles plasmáticos rápidamente. La alantoína es

eliminada por el riñón de forma más eficaz que el ácido úrico. Además, a diferencia de la

xantina, no se acumula en el riñón, por lo tanto, no tiene riesgo de producir nefropatía. La

Rasburicase estaría recomendada en aquellos pacientes que debutan con ácido úrico elevado,

o tienen alto riesgo de desarrollar lisis tumoral.

3. Alcalinización de la orina:

Antiguamente se recomendaba, ya que teóricamente aumentaría

la solubilidad del ácido úrico en orina. Evidencia posterior ha sugerido dejar de lado su uso,

ya que podría aumentar el riesgo de precipitación de cristales de fosfato de calcio. Es por esto

que en nuestro centro ya no se utiliza.

4. Manejo de otros trastornos hidroelectrolíticos:

Para prevenir otras complicaciones, principal-

mente arritmias. Es importante señalar que la hipocalcemia asintomática no debe ser tratada,

ya que esto puede aumentar la formación de cristales de fosfato de calcio.

Síndrome de vena cava superior y mediastino superior

Es un conjunto de síntomas secundario a la compresión del drenaje venoso del mediastino

(compresión de vena cava superior). Cuando se asocia a compresión de la tráquea, se le conoce

como síndrome de mediastino superior. Esta patología es secundaria a tumores ubicados en el

mediastino anterior, siendo los principales en pediatría el linfoma no hodgkin, de hodgkin y leu-

cemia lifoblástica aguda T. Otros tumores que pueden causar este síntoma son: neuroblastoma,

tumor de células germinales y sarcomas. Su incidencia en pediatría es de 12% en los tumores

malignos del mediastino.

La compresión de la vena cava superior lleva a dilatación de las venas proximales a la obstruc-

ción y aparición de circulación colateral. Otros síntomas presentes en este síndrome son: edema

facial y cervical, plétora, tos, disnea, estridor, dolor torácico y cefalea. Además, puede asociarse a

derrame pericárdico y pleural. Esta entidad puede ser una urgencia médica, ya que puede producir

insuficiencia cardíaca y respiratoria.

El manejo del paciente con síndrome de vena cava superior consiste en medidas generales

como aporte de oxígeno complementario, reposo a 45°, adecuada hidratación y manejo hidroelec-

trolítico. Cuando se presenta insuficiencia cardíaca o respiratoria que pone en riesgo la vida al

paciente, se debe actuar de forma inmediata, sin retrasar el inicio de tratamiento a pesar de no

tener un diagnóstico etiológico. Se recomienda en estos casos iniciar tratamiento empírico con

corticoides sistémicos s (prednisona a 60 mg/m

2

/día en tres tomas) y/o radioterapia mediastinal,

con el objetivo de disminuir el tamaño tumoral y mitigar los síntomas.

Síndrome de compresión medular

La compresión medular es una urgencia oncológica ya que su diagnóstico y tratamiento

oportuno puede evitar o disminuir el daño neurológico severo e irreversible. Se estima que la

incidencia en niños oncológicos es entre 5 y 25%. El síndrome de compresión medular se pre-