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ral e incluso creencia religiosa definirá la forma en que los padres comprendan y adhieran a los

tratamientos y lo que han entendido respecto del diagnóstico.

Ante el nuevo contexto y en relación a los cuidados del menor enfermo, la familia tendrá

que distribuir sus nuevas funciones, para lo cual deberán en una primera instancia definir quién

será el cuidador principal, para luego identificar quién llevará a cabo el resto de las actividades

y responsabilidades en el hogar. Es importante señalar que, en la mayoría de las familias, es la

madre quien asume el rol de cuidadora, mientras que el padre cumple con el rol de proveedor.

Cabe destacar que esta nueva organización, va generando modificaciones en las dinámicas

familiares, impactando a los distintos subsistemas. Así a nivel de pareja, es posible observar que

la llegada de un hijo/a con necesidades especiales impacta fuertemente. Como menciona Christie

y Khatun (2012), en una primera instancia se enfrentan a una fase de

shock

, debiendo asumir un

nuevo escenario. Ante esto aparece angustia respecto de cómo lograrán llevar a cabo los cuidados

de este hijo/a, surgiendo temor por el futuro. Posteriormente comienza la lucha por la estabilidad,

asumiendo la responsabilidad por mantener unida la familia, donde, como ya se mencionó apare-

cen sentimientos de culpabilidad por los otros hijos/as a quienes, generalmente, dedican menos

tiempo. Junto a esto se suma la presión por mantener un nivel socioeconómico que permita

costear los gastos familiares, aspecto que en general resulta una dificultad, en tanto uno de los

padres debe dejar su trabajo para cuidar de este hijo/a, afectando los ingresos mensuales, sumado

a un incremento en los gastos asociados al ítem salud, por lo que termina siendo un factor más

de estrés. A lo anterior se agrega la preocupación por los cuidados del hijo/a enfermo/a, obser-

vándose que muchas veces resulta difícil delegarlos a otras personas, ya sea por temor a que no

logren hacerlo de una manera adecuada, o porque no cuentan con redes de apoyo.

Pueden aparecer recriminaciones en la búsqueda de una explicación o un sentido a la enferme-

dad, junto con sentimientos de agobio asociados a la sobreexigencia, el aislamiento con el mundo

extrafamiliar y la rigidez en los roles, e incluso un distanciamiento y una falta de comunicación en

la pareja. De esta manera, es posible señalar que, frente a la mayor necesidad de dedicación al

cuidado, en la mayoría de los casos, comienza a primar el vínculo parental por sobre el conyugal,

con en un deterioro de la relación e incluso separación. Ambos deben disponer de instancias para

compartir y conversar respecto a sus vivencias, dando espacio para que puedan redefinir su rol

como padres y la forma que desde ahora tendrán para relacionarse como pareja.

Otra dimensión importante a considerar es lo que sucede con el subsistema fraterno. Para los

hermanos la modificación de las rutinas familiares es un cambio al cual deben adecuarse y adap-

tarse, pasando también por un proceso de duelo en tanto su cotidianidad se ve afectada. Dentro

de ello está la disminución de su tiempo con los padres, dado que éstos requieren dedicar mayor

espacio a los cuidados de su hermano/a, situación que se incrementa si ocurren hospitalizaciones.

Es posible que en ocasiones los padres comienzan a delegar mayores responsabilidades en los

hijos sanos, junto con proyectar expectativas de logro, por lo que se sienten sobreexigidos y en

desventaja. De esta manera pueden aparecer sentimientos de rabia hacia el hermano enfermo,

quien puede ser identificado como el hijo preferido, sintiéndose ellos menos considerados.

La rabia no es la única emoción que prima en este contexto. Los hermanos también viven

períodos de temor y angustia respecto a la salud de su hermano/a, generando sentimientos de

ambivalencia emocional, que en ocasiones también los puede inducir a sentirse culpables por los

pensamientos negativos que tienen en relación a la enfermedad.

Tanto los niños como los adolescentes, ante situaciones de estrés pueden presentar respuestas

emocionales que se manifiesten a través de sus estados de ánimo y conducta, pudiéndoles ser

más difícil verbalizar lo que piensan y sienten, por lo que debe estarse a las variaciones que vayan

presentando, generando instancias de conversación y contención emocional y eventualmente

solicitar apoyo especializado en forma oportuna.

La familia extensa, también vive un proceso de aceptación del diagnóstico. En el caso de los

abuelos, éstos tienden a experimentar sentimientos de angustia y preocupación tanto por sus

nietos como por su propio hijo. Dicha situación, en muchas ocasiones, los lleva a prestar un apoyo

emocional, económico y/o instrumental, ayudando en los cuidados de los otros hijos o colaboran-

do con otras rutinas y tareas del hogar, siendo esto un factor protector, pues inyecta una fuerza

física y mental, que disminuye la sobrecarga en los padres. Incluso hay familias donde los abuelos